sábado, 7 de mayo de 2016

[Sr. Marrón] Historias de una Nueva Guerra (Warmachine Mk3): Mayor Elizabeth Maddox

Buenas, como sabéis Privateer Press va "soltando" además de avances del juego, parte de las historias de los nuevos Warcasters y Warlocks que hemos podido ver que aparecerán con las nuevas Cajas de Inicio de cada facción.
Esta traducción ha sido realizada por Borzag tanto en los Tercios de Hierro como a través de su blog Minis de Cómic, así que se ha pedido permiso para ir colgando aquí su trabajo para irlo difundiendo. Muchas gracias por el curro.



NINGÚN HOMBRE SE QUEDA ATRÁS

De William Shick


Las explosiones rasgaban la tierra, haciendo llover grandes trozos de roca y tierra sobre la mayor Elizabeth Maddox y los soldados cygnarianos que se retiraban rápidamente. La hechicera de guerra oyó a un sargento zapador gritar pidiendo humo, y en un momento sus fosas nasales fueron aguijoneadas por el familiar olor alquímico.

Las tropas del protectorado habían emboscado a la pequeña fuerza de Maddox mientras hacía una patrulla de rutina a lo largo del río Negro, el cual delimitaba la frontera oriental de Cygnar. Por lo que ella imaginaba los atacantes eran parte de un ejército mayor que marchaba al norte hacia Llael, a lo largo de una conocida ruta de suministros que las tropas cygnarianas habían llamado “el callejón menita”.

A lo largo de casi una década, Cygnar había impedido que consumieran los Reinos de Hierro a conquistas imperialistas, cruzadas fanáticas, e incluso a un imperio de no muertos corrompidos por un dragón. Mientras que Cygnar permitía a los menitas transportar suministros sin molestarles, siempre y cuando sus fronteras fuesen respetadas, los fanáticos religiosos aprovechaban cada oportunidad para hostigar a los no creyentes. En su retorcida forma de ver el mundo, toda la humanidad estaba bajo la ley de Menoth el creador. Su deber era traer el juicio de Menoth mediante el fuego y la espada. Los cygnarianos reconocían a Menoth, pero la mayoría de ellos le habían abandonado hace siglos a favor del dios Morrow. Para los menitas, tales creencias eran una vigente declaración de guerra.


- “Echemos un vistazo, Buster” – pensó Maddox mientras usaba la conexión arcana mental que compartía con su Ironclad para mirar a través de sus ojos. La personalidad pendenciera del siervo de guerra de seis toneladas le habían hecho ganarse ese apodo, e incluso ahora ella podía sentir su disposición para cargar de nuevo a la batalla.

El ceño de Maddox se fue frunciendo mientras veía que las tropas del protectorado no les estaban persiguiendo, sino que solo hostigaban a los cygnarianos que se retiraban con los imprecisos cohetes de largo alcance de sus unidades de libertadores. Las fuerzas del protectorado superaban numéricamente a las suyas por un margen decente. Además, los menitas tenían un par de siervos de guerra pesados Crusader. Y aunque su fuerza carecía de un hechicero de guerra, incluía un soldado entrenado para dirigir verbalmente a los siervos de guerra. En resumen, la tenían contra las cuerdas ¿Por qué se estaban deteniendo ahora?

Al volver su atención a los soldados que la rodeaban, realizó un conteo rápido del pelotón y sintió que una garra helada le apretaba el corazón. “¿A quién hemos perdido?” – gritó sobre el estruendo del campo de batalla.

- “A Calkins, señora. Recibió un virote de ballesta durante la emboscada”. La voz pertenecía al sargento Owens, y Maddox le buscó con la vista por todo el pelotón.

- “¿Muerto?” – preguntó Maddox.

- “No puedo decirlo con seguridad”

Maddox gritó inmediatamente al oficial de su pelotón de zapadores - “¡Teniente Hurst!” - Cuando respondió, le dijo: “Perdimos al soldado Calkins durante nuestra retirada. Necesitamos volver a por él”

El teniente movió su cabeza de un lado a otro - “¡Señora, los menitas nos matarán si volvemos allí!”

Owens habló de nuevo: “Odio tener que decirlo, mayor, pero tiene razón. Esa emboscada nos ha hecho daño. Tenemos un montón de heridos y estamos peligrosamente escasos de munición y granadas de humo”

“No me gusta dejar a ningún hombre atrás, pero volviendo arriesgaríamos a todo el pelotón” – añadió Hurst.
Maddox, al pensar en el destino que les esperaba a aquellos capturados por el protectorado, sentía cosquillear incómodamente las cicatrices que estaban bajo su armadura de hechicero de guerra. Un aluvión de recuerdos dolorosos centelleó a través de su mente. No iba a permitir que uno de sus hombres sufriera lo mismo.

No se molestó en mirar las caras de los zapadores. Sabía lo que habría allí. Desde su huída hace meses del templo prisión del protectorado se había acostumbrado a ver esa mirada en sus compañeros soldados: pena, vergüenza e incertidumbre. Ella se había podrido en esa celda durante cuatro años. Al principio, los sacerdotes le habían hecho diversas preguntas mientras manejaban sus instrumentos de tortura. Apretó los dientes y sudó y gritó y escupió, y no lograron sacarle nada.

Entonces los interrogatorios pararon, y con el tiempo supo que la guerra entre Caspia y Sul había terminado. Se preparó para su liberación, pero nunca llegó. Los escrutadores habían ordenado que no se la interrogara más, pero nunca volvieron. Como hechicera de guerra, era demasiado peligrosa para que sencillamente la liberaran, y sus carceleros la mentían para envenenar su espíritu. “Cygnar sabe que estas aquí” – le decían – “y es vergonzoso que no hagan nada”. La mayoría de las personas se habrían quebrado. Eso era, después de todo, en lo que destacaba el sacerdocio del protectorado: en destruir personas mediante el fuego y el dolor.

Pero Elizabeth Maddox no era tan fácil de quebrar. Ella había esperado, aguardando su momento hasta que se le presentara la oportunidad. Y cuando llegó, escapó, llevándose a varios prisioneros con ella. Recibió una bienvenida de héroes, y su cara fue plasmada en carteles de reclutamiento y en periódicos. Era la hija favorita de Caspia, quien se creía perdida, pero que había salido a rastras del infierno para servir una vez más a su amada Cygnar en su lucha contra los enemigos que la rodeaban.

La historia era menos emotiva para los hombres y mujeres que luchaban a su lado. La guerra ya era bastante peligrosa sin tener que preocuparse por la estabilidad de tu oficial al mando. Todos sabían cómo trataba el protectorado a los “herejes”, y Maddox no les culpaba por cuestionar como nadie podía salir de allí y seguir cuerdo. A veces, ni ella misma estaba segura.

Una vez que la emoción inicial se había extinguido, ella podría haberse ido a la granja de su familia. Morrow sabía que se había ganado un poco de paz. Pero había sido criada para ser una guerrera, dura, leal y fiel al deber. Necesitaba probar, tanto a sí misma como a los demás, que los menitas no la habían quebrado. Que seguía siendo Beth Maddox. Algún día colgaría su espada voltaica y volvería a una vida sencilla, pero hasta entonces, tenía soldados que salvar y menitas que matar.

Lanzó una mirada firme a sus oficiales – “Está vivo, o los menitas estarían persiguiéndonos justo ahora”.
Owens frunció el ceño – “¿Por qué pasar por todo esto para capturar a un simple soldado?”

“Porque para ellos, quebrar en el potro a incluso un solo hereje es un paso hacia la victoria definitiva” – mientras hablaba, Maddox activó mentalmente la turbina arcana de su armadura de hechicero de guerra, sintiendo un familiar hormigueo cruzar su cara a medida que el campo de fuerza se extendía – “No voy a ordenar a nadie que venga conmigo. Pero no voy a dejar a nadie atrás”. Se dio la vuelta y cargó hacia la línea del protectorado, ordenando mentalmente a sus siervos de guerra que la siguieran de cerca y dejando a los zapadores boquiabiertos. Incitó a Buster a avanzar, usando su mole de hierro de escudo entre ella y el fuego de cohetes entrante.




Extrayendo poder de sus reservas internas, Maddox hizo que aparecieran runas sobre su Firefly mientras lanzaba un hechizo que incrementase el alcance efectivo de su cañón tormentoso. Se tomó un momento para ver el campo de batalla a través de los ojos de su siervo de guerra ligero, trazando su próximo disparo. La satisfacción la llenó al ver la descarga de relámpagos de la Firefly golpeando a un caballero ejemplar directamente en el pecho, convirtiéndole en una cáscara ennegrecida. Zarcillos de relámpagos saltaron a varios de sus compañeros, electrocutándoles mientras que las energías voltaicas tomaban tierra.



Maddox cambió su punto de vista a los ojos de su Lancer, al cual había mandado corriendo a proteger su flanco izquierdo, confiando en que su escudo pesado le protegiera de lo peor del fuego del protectorado. Su aproximación dio a los menitas una amenaza inmediata de la que ocuparse. El arco nodo en lo alto del torso del siervo de guerra zumbó y chispeó mientras Maddox lo usaba para canalizar una poderosa ráfaga eléctrica mucho más allá de su alcance normal. Un relámpago azul y blanco brilló mientras el hechizó explotaba sobre un grupo de soldados Flameguard, cuyos escudos de torre eran inútiles contra el ataque arcano.

Con el humo ocultando momentáneamente a los cygnarianos del enemigo, Maddox volvió su atención al par de Crusaders. Incluso estando bajo el control de un supervisor de siervos en vez del de un hechicero de guerra, los dos siervos de guerra pesados planteaban la mayor amenaza del campo de batalla. Si no eran eliminados rápidamente, su pequeña fuerza podría ser abrumada muy fácilmente por las masas de infantería.

Maddox tomó en sus manos su arma de doble propósito, Tempest. En este momento estaba ajustada para el combate a distancia, con su hoja dividida revelando una bobina relampagueante en su centro, alimentada de energía por una cámara tormentosa. Soltó la empuñadura inferior y la deslizó a lo largo de un canal de ruedas dentadas hasta encajar en posición formando una guarda. Esto hizo que los dientes que recorrían a lo largo la parte superior y la inferior del arma encajaran entre sí con un chasquido, tragándose la bobina relampagueante para crear una espada que chisporroteaba por la electricidad contenida. Agarró firmemente a Tempest por su larga empuñadura y avanzó mientras urgía a sus siervos hacia la refriega.

Dirigiendo mentalmente a su Firefly y a su Lancer, Maddox mantuvo la mayor parte de su concentración en Buster mientras el gran siervo azul salía disparado hacia los Crusaders gemelos con la fuerza de un tren de mercancías. Con sus poderosos servos gimiendo, Buster hizo descender el martillo de terremoto de su mano izquierda para aplastar al Crusader más cercano. El sonido del impacto resonó por todo el campo de batalla. Sin embargo, el martillo de terremoto del Ironclad estaba diseñado para hacer mucho más que infligir daño físico. Las placas de activación mecánika montadas en su cabeza y ajustadas para activarse cuando se produjese un impacto liberaron la energía almacenada para enviar una onda de fuerza sísmica contra cualquier cosa en las cercanías del arma. La réplica resultante hizo que ambos Crusaders se tambalearan y cayeran justo en el momento en el que Maddox y el Firefly llegaron al cuerpo a cuerpo.

Las runas brillaron alrededor de ella mientras desataba su habilidad mágica más potente, recurriendo a su ira interna para otorgar fuerza cinética a los golpes de todo su grupo de batalla. Mientras Buster y su Firefly acababan con los derribados siervos del protectorado, Maddox continuó avanzando, hacia el preceptor de la Flameguard.

Ella ignoró el escudo de torre del menita y simplemente hizo descender su hoja formando un arco, sumando su propia fuerza al poder del arma mecánica para partir tanto acero como soldado. Entonces presionó adelante, hacia el núcleo de las filas del enemigo. Los menitas seguían superando en número a sus fuerzas, y estaba determinada en mantener su atención sobre ella. Las chispas saltaban cuando las armas del protectorado rebotaban sobre el campo de fuerza de su armadura, hasta que simplemente la gran cantidad de golpes lo hicieron apagarse. Peligrosamente expuesta, continuó luchando hecha una furia, derribando a menitas con golpes precisos de su arma mientras dividía su atención y su poder entre sus siervos de guerra.


Maddox vio indefensa a través de los ojos de su Lancer cómo el siervo de guerra ligero era abrumado por los golpes coordinados de las lanzas de la Flameguard y las hojas benditas de varios Exemplars con armadura pesada. Antes de sentir cómo se extinguía el fuego del corazón de la tenaz máquina, dirigió su último golpe para empalar al caballero que le había dado el golpe de gracia.

Hizo una mueca al sentir que la lanza de un Flameguard perforaba su greba izquierda y que la punta de lanza súper-calentada chamuscaba su pierna. Su contraataque atravesó el cuello del Flameguard antes de invocar otra ráfaga de relámpagos arcanos para electrocutar a más menitas en un destello de luz blanca y azul. A pesar de esto, Maddox sintió sobre ella la presión de tropas adicionales del protectorado, ahora que estaban libres de la distracción del Lancer, y pudo ver como la victoria se le escapaba. Estaba siendo abrumada por pura superioridad numérica.

De repente, el estampido del fuego de rifles estalló a su izquierda, y vio caer a varias de las tropas del protectorado que se encontraban más adelantadas, flores rojas aparecían sobre sus blancas túnicas. Oyó la voz del sargento Owens mientras se colocaba a su lado y atravesaba a un menita con su bayoneta.

- “¡Me alegra ver que aún no has terminado de luchar, mayor!” – gritó. “El resto de la compañía nunca nos dejaría en paz si nos quedásemos sentados sobre nuestros traseros mientras traes de vuelta a Calkins tú sola”.

Maddox se permitió una sonrisita mientras vio al pelotón colocarse a su alrededor para trabarse con el desordenado enemigo. Buster soltó un chorro de vapor que sonó como un aullido mientras terminaba con el Crusader restante, y se dirigió a zancadas hacia el corro de menitas que la rodeaban. Asediados ahora por múltiples lados, las fuerzas restantes del protectorado perdieron su voluntad y se desmoralizaron. A menudo, la moral era más importante que los números, y sus oficiales al mando habían caído.





Después de la batalla, no pasó mucho hasta que los zapadores encontraron a su soldado perdido. Para alivio de Maddox, el soldado estaba en una carreta de suministros cerca de la parte de atrás de la línea del protectorado, atado y debilitado por la pérdida de sangre, pero vivo. El virote de ballesta seguía firmemente clavado en un hombro.

Cuando sus camaradas avanzaron para cortar sus ataduras, el hombre les miró con ojos vidriosos. “¿Por qué tardasteis… tanto? Ya pensaba que iba a tener que escaparme luchando…”

El sargento Owens asintió con la cabeza a Maddox – “Díselo a la mayor. Justo ahora estaríamos abrillantándonos las botas, libres de tus miserias, de no ser por ella”.

El atontado soldado miró a Maddox y alzó su mano para darle un saludo de agradecimiento. Ella se lo devolvió sin demora, más segura que nunca de que había hecho la elección correcta. Sin importar las probabilidades, juró Maddox, ella siempre estaría allí para marcar la diferencia para sus hombres.
FIN

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